La mente es brillante y
desconocida en un porcentaje aún no medible cuantitativa y cualitativamente. A
pesar de que muchos conocemos un poco lo
que es, la verdad es que desconocemos lo que implica y cuales con sus límites.
Hace algunos años atrás comencé a
preguntarme cuánto sé y cuánto desconozco de mi misma, porque el objeto más
cercano que tenía para reconocer la mente era precisamente yo misma, y a pesar
que aún no tengo respuesta, creo que he reconocido en el camino algunos elementos
esenciales que quizás tod@s reconozcan también en si mism@s.
Es difícil desmenuzar y desvestir
un ser humano, tod@s nos ocultamos detrás de murallas invisibles para los
sentidos, ocultarse tiene una función de sobrevivencia, de convivencia con uno mismo y con otros,
uno se oculta por razones sociales, relacionales, familiares, laborales, etc.
Entonces mi duda no estaba centrada en el “para qué” las personas ocultan
emociones, ideas o sueños, mi pregunta se acercaba más bien a un saber qué
oculta cada persona para sí (que ocultaba yo, más precisamente), de ese modo, pensé
que lo que va guardando el ser, las personas, yo misma, es información, que esa información se
almacena en distintos lugares de la mente y el cuerpo, es a lo que llamamos historia de nosotros mismos, entonces, lo que ocultamos es la información que nos hace ruido, que nos
asusta, que nos cuestiona o que nos duele, esa información de nosotr@s mism@s
que no nos agrada, porque no encaja con ese ser que aparentamos ser, porque
desentona con esa figura que por años hemos modelado y que lucimos claramente
cuando decimos “yo soy así”.
Las heridas del cuerpo son
fáciles de ver, las reconocemos con nuestros sentidos, visión, tacto, gusto etc.
Esa cicatriz que deja la herida en el cuerpo es la evidencia de un evento, es
el registro que nos conecta con la
información de lo que ocurrió, cuándo y cómo, es lo que nos traslada a ese
momento histórico en nuestra vida, no lo
podemos negar, lo ves, y cada cierto tiempo alguna persona te pregunta, ¿Qué te
pasó ahí?, ¿Eso es una operación?, ¿Te caíste?...luego esas preguntas dan pie
al relato, buscas la información en la memoria y nunca la cuentas de la misma manera, porque el relatarla 1,2,3… inevitablemente te
hace resinificarla, a veces incluso darle tintes de humor o de anécdota, dependiendo, por cierto, de cuan traumático
haya sido el evento.
Pero qué pasa con las heridas
emocionales, con esas cicatrices invisibles a los sentidos, dónde se almacena
la cicatriz, dónde está el registro físico de aquello. Cuando pienso en esto, no puedo sacar de mi
cabeza el concepto de mente y cuerpo unido, y me respondo con la idea de que
las heridas emocionales también quedan registradas en algún lugar de nuestro
cuerpo.
Hubo un tiempo que sentí mucho dolor, dolor emocional y estuve convencida de tener una cicatriz en el lóbulo frontal
o en la médula, me dolían los huesos, la espalda y la frente, pensaba que en algún momento la tecnología
llegaría a graficar esas heridas invisibles a las máquinas de ese entonces,
sonaba loco, pero hoy a varios años de haber pensado eso, lo cierto es que lo
sigo pensando, creo que conservo cicatrices invisibles a los sentidos que
conocemos.
Creo que la mayor parte del
tiempo las personas necesitamos evidencias de lo que nos pasa, necesitamos
evidencias visibles y palpables, no nos
sirven las apreciaciones, percepciones, yo creo que… yo siento esto…, somos quizás
incrédulos y no damos espacio al instinto, a conectarnos con otros sentidos,
buscamos eso que nos enseñaron a mirar con el ojo racional, abandonamos lo más
primitivo del ser porque así nos dijo la historia que debíamos evolucionar,
seres racionales y absolutamente domesticados para entender la ciencia pura, la lógica. Creo finalmente
que esa es la razón de que hoy por hoy no nos conectamos, pero nos emociona
hacerlo, nos emociona ver una película que nos recuerde aquello, nos emociona
cuando logramos minúsculamente reconocernos en algo, entender solo con una
mirada, cuando vemos una herida en otro ser sin entenderlo racionalmente, solo reconocerlo
como una historia vivida, una herida emocional que también cargamos.
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